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      CAM-CA
      Por: Cristian Alejandro Cortés García

      Coordinador de Investigaciones y Publicaciones de la Facultad de Educación

11/04/2025

Hace unos días dejó este plano alguien que fue realmente importante para mí, alguien a quien considero un mentor y un amigo. Al igual que otros conceptos usados como moneda de cambio en la actualidad, mentor significa mucho y poco a la vez, y depende en gran medida de lo que cada persona imagina que es. Pero ¿qué es la mentoría? La literatura coincide en que es un proceso en el que alguien con más experiencia acompaña a otro con menos experiencia buscando favorecer su desarrollo personal, académico y profesional. Coincide también en que se caracteriza por la orientación y el apoyo constantes, porque facilita el desarrollo de habilidades clave en la profesión, por la retroalimentación constructiva y el fortalecimiento de la confianza. Recientemente, muchos programas han empezado a utilizar la figura del mentor para referirse a las personas encargadas de acompañar un proceso determinado. Desde mi perspectiva, esto no siempre se cumple porque tener el nombre para el rol no asegura que las personas logren cumplirlo, así como muchas veces gente que no tiene el rol explícito puede acompañarlo a uno de la mejor forma. Esto último es lo que me pasó a mí.

Andrés fue de lejos una de las mejores personas con las que he tenido la suerte de cruzarme y la relación que tuvimos sobrepasó por mucho las características que mencioné antes. Mi historia con él comenzó cuando inicié la Maestría en Educación en los Andes. Había visto su perfil y sabía que algún día me gustaría trabajar con él. Antes de empezar el primer semestre me despidieron, así que usé mis ahorros para sobrevivir y las cesantías para matricular solo uno de los cursos que debía tomar. Planeaba pedirle a la profesora del otro curso que me dejara estar como asistente, pero para mi sorpresa, descubrí que no solo había una profesora, sino dos, y uno de ellos era Andrés. Cuando le conté mi situación, aceptó de inmediato, con la condición de que hiciera todos los trabajos como un estudiante regular. Más adelante, por el ritmo de los proyectos en los que trabajaba, me resultó difícil continuar la maestría, pero seguí entrando a algunos cursos como asistente, incluido el de métodos cuantitativos que dictaba Andrés. Siempre me había gustado la estadística, pero fue en ese semestre cuando realmente entendí su sentido y las posibilidades que ofrecía para la investigación en Ciencias Sociales y Educación. Aunque fue una figura clave en mi formación, irónicamente ninguno de los cursos en los que fue mi profesor aparece en mi sábana de notas. Hasta acá siempre fue esa figura un poco del ídolo y de “alguna vez me gustaría trabajar con él” o “ser tan crack como él”.

Varios años después, en plena pandemia, fui invitado a acompañarlo como asistente del curso, lo que significó mi primera experiencia de trabajo con él. Ese rol me permitió desmitificar al ídolo, entender lo despalomado y difícil que podía ser trabajar con él en algunos aspectos y ayudó a cimentar una relación más igualitaria. También sirvió para conocer de cerca su profunda pasión por los métodos y por enseñarlos. Andrés podía dedicar horas a un mismo tema, buscando que estudiantes de Ciencias Sociales y Educación, muchas veces poco familiarizados con la estadística, lograran avanzar. Seguí trabajando con él en el curso, incluso cuando la Facultad no disponía de asistente y él me contrató por su cuenta.

Casi al mismo tiempo, entré a trabajar con la Facultad y coincidimos en su breve paso como editor de la revista, así como en los Comités Editorial y de Ética, espacios en los cuales empezamos a colaborar más estrechamente. En todos estos espacios su respeto por mi trabajo fue único y siempre me trató como un colega, más que como una persona de apoyo.

Siempre estuvo dispuesto a apoyar mis ideas, desde ser el primer invitado de un podcast sobre educación que lancé, construir propuestas de investigación o pararme y no dejarme hacer estupideces, profesionalmente hablando. El último semestre que trabajamos juntos coincidió con su salida al ICFES y mi licencia de paternidad, pero dejó una huella imborrable: su regalo por el nacimiento de JC fue invitarme a dar mi primera clase formalmente, sobre un tema que no me gustaba tanto, pero que él sabía que podía enseñar bien. Al final, casi logramos volver a trabajar juntos, recuerdo que encontré una convocatoria de investigación financiada por el BID y, como muchas otras veces, dudé en presentarme. Él, sin pensarlo, me propuso sentarnos a armar la propuesta y reunir un equipo de trabajo para hacerlo realidad, aunque al final no pudimos hacerlo realidad.

Hoy, cuando pienso en retrospectiva, me considero extremadamente afortunado porque encontré alguien que creyó en mí desinteresada e incondicionalmente, incluso cuando mi síndrome del impostor se manifestaba y me decía que yo no era capaz o que no era suficiente. Me ayudó a crecer como profesional y como investigador en formación de una forma impresionante. Me enseñó a exigirme para ir un poco más allá y siempre a respetar y reconocer la producción intelectual de otro. Sería una gran mentira decir que era una persona extremadamente afectuosa, pero, desde su forma de ser, siempre fue muy cercano y un gran apoyo. Siempre traté de agradecerle por lo que hizo por mí y siempre trataré de seguir sus enseñanzas y aportar a la educación tanto como pueda, tal vez ese sea el mejor homenaje que puedo hacerle. A usted que me está leyendo le deseo que su deidad favorita (sic) le conceda la fortuna de encontrar un mentor como el que yo tuve y con el que siempre estaré agradecido.

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